miércoles, 10 de abril de 2013

Un mayordomo discreto

Hace tiempo que el mayordomo conoce que la relación matrimonial de los dueños de la casa se encuentra en crisis. Cada noche, los escucha discutir con elevados ánimos durante la cena: el señor acusa a su mujer de infidelidad, ella lo niega. Mientras tanto, él llena las copas de vino con un silencio respetuoso, procurando mantener el pulso firme y la mirada en la botella. Pocos minutos después, el señor abandona la mesa y se dirige rumbo a su habitación con un notorio estado de pesadez. Recién ahí, el mayordomo logra relajarse. La mueca furiosa de la dueña de casa se transforma en una boca ansiosa que lo busca para besarlo bajo la luz de los candelabros. Nuevamente el somnífero ha surtido efecto.

viernes, 8 de febrero de 2013

El test del amor

Cuando dijo que la amaba tanto como para pasar el resto de su vida con ella, la mujer le planteó un desafío para comprobarlo. Lo observaría comportarse durante todo un día. Cada vez que él hiciera algo que a ella le agradaba, trazaría un corazón en un anotador. En cambio, si él actuaba de manera negativa, ella iba a dibujar una pequeña calavera. Al otro día, contarían los corazoncitos y las calaveritas y, dependiendo de cual fuera el símbolo más repetido, ella tendría una respuesta.
A la mañana siguiente, él logró el primer corazón por llevarle el desayuno a la cama. Pero olvidó que ella prefería edulcorante en vez del azúcar, y sumó también así su primera calavera. Más tarde, la invitó al cine y le regaló un vestido que ella ansiaba. Pero también cometió algunos errores, como olvidar levantar los platos de la mesa o arrojar sus medias al costado de la cama.
Al anochecer, en el anotador había ocho corazoncitos e igual cantidad de calaveras. Todo indicaba que la prueba terminaría en paridad. Quizás por eso, aquella noche, él se fue a dormir nervioso. Y, cuando eso ocurre, es normal que él haga ruidos molestos durante el sueño. Y ella odia los ronquidos.
Él lo supo al día siguiente, al encontrar el anotador con nueve calaveritas sobre la mesa de luz. Afuera, ella se alejaba para siempre en un coche repleto de valijas. En el asiento trasero, sus hijos en común lloraban por no haber podido siquiera despedirse.

jueves, 24 de enero de 2013

Cadena de accidentes

Todo comenzó un domingo a las nueve de la mañana, con la inesperada muerte de mi vecino, después de una enérgica discusión por el alto volumen de la música. Una señora chismosa presenció cómo él se desplomaba frente a mí sin oponer resistencia. Aunque traté de explicarle que había sido un accidente, ella comenzó a gritarme todo tipo de improperios, tan excesivos como imperdonables. No me dejó, entonces, más remedio que matarla, ya que una testigo confundida sólo hubiera empeorado el asunto. 
Apesadumbrado, fui corriendo a ver al cura párroco, creyendo que la confesión me ayudaría a aliviar el peso de mi conciencia. El sacerdote me escuchó en silencio, pero luego tuvo la desafortunada idea de decirme que yo estaba enfermo, que debía visitar a un psiquiatra, que esos pecados eran muy graves. Me pareció exagerada su reacción frente a una simple cadena de accidentes. Por las dudas, decidí asfixiarlo dentro del confesionario. No fuera a ser que su manía por cumplir el octavo mandamiento me terminara ocasionando algún problema. 
Es por eso que vine a consultarlo, doctor. Quizás usted pueda recetarme algún calmante o indicarme un tratamiento. Pero luego entenderá que deberé matarlo. No confío en el secreto profesional. Y ya sabe que prefiero no tener testigos.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Soledad

Refugiado en una cueva, el ermitaño logró sobrevivir al fin del Mundo. Cuando por fin paró la lluvia y bajaron las aguas, salió a pescar y recoger algunos frutos. Salvo por un silencio más profundo que de costumbre, no notó ninguna diferencia.

Este microrrelato participa en la propuesta "Un cuento antes del fin del Mundo".

miércoles, 10 de octubre de 2012

El comensal indeseable

Una mosca regordeta se posó sobre mi plato repleto de fideos. Sin perderla de vista, tomé la servilleta que tenía sobre mis rodillas y me preparé para sacudir un golpe mortal. Pero el bicho me miró con dos ojazos tristes, como pidiendo clemencia, y el sentimiento de culpa me detuvo. Además, pensé que si la aplastaba contra el plato me daría tanto asco que ya no podría seguir comiendo. 
Entonces opté por negociar. Tomé el fideo más largo y lo extendí sobre la mesa. Le hice señas con mi dedo índice para invitarla a saborearlo. Pero ella siguió sobre el plato, insaciable, bebiendo la salsa de tomate con rebeldía. 
Cuando decidí espantarla, ya era demasiado tarde. El ambiente comenzó a llenarse de moscardones hambrientos que llegaban volando de todas partes. Ni siquiera hice a tiempo de retirar el fideo solitario del mantel, ni mi mano con el tenedor, ni mi brazo izquierdo, ni a mí mismo. 

viernes, 24 de agosto de 2012

La devoradora de hombres

Ella escoge a sus víctimas en una discoteca del conurbano. Los atrae con un perfume dulce que les hace perder el juicio y enseguida los invita a conocer su casa. Allí disfruta del sabor de sus besos desmedidos, del roce con sus pieles transpiradas, de la tibieza de los fluidos y los resuellos sobre la almohada. Para el final, siempre tiene listo un champagne frío en la cocina, y un pozo abierto en el jardín del fondo del tamaño suficiente para sepultar sus huesos.

lunes, 25 de junio de 2012

Inspiración en cápsulas

Una llamativa publicidad ofrecía una solución para escritores carentes de imaginación. Por unos pocos pesos, se recibía una encomienda por correo postal. “Para poder escribir una buena historia, nada mejor que vivirla”, era el lema del producto. El escritor quiso probar.
Al abrir el paquete, encontró simplemente un frasco de pastillas anaranjadas. Se sentó frente al computador y escribió el título de un cuento como disparador. Apenas ingirió una de las píldoras, comenzó a visualizar una historia inspirada en ese encabezado. Así, en sólo dos días, pudo escribir tantos relatos como pastillas tenía el frasco. Agotado, observó con satisfacción el envase vacío. Aún faltaba una historia increíble. La tituló “Un paseo por la muerte”, y engulló nervioso la última cápsula.

Este microrrelato fue mi soplo en el Vendaval de Microrrelatos 2012.

viernes, 15 de junio de 2012

Segunda chance

Diez años después, todavía él lamenta aquel beso que no dio. Ella, en cambio, gastó una fortuna en terapia para superar su indiferencia. Hoy siguen solos. 
Un encuentro casual en el subterráneo les regalará una nueva oportunidad. Sin embargo, ella sólo sonreirá y le contará que está muy bien, que ahora vive en Burzaco. Y él pensará que ella está mucho más linda que en sus recuerdos, pero solo atinará a decirle que fue una alegría encontrarla, que hacía mucho tiempo que no se veían. No se animará a pedirle un número de teléfono, y mucho menos a robarle un beso. 
Ella abandonará el subterráneo en la estación Callao, aunque debía bajarse en Malabia, y sus ojos se humedecerán mientras suba la escalera mecánica. Desconcertado, él continuará su viaje hasta la terminal. Se justificará pensando que ella seguramente debe tener pareja, y que Burzaco queda bastante lejos.

viernes, 8 de junio de 2012

Motivos suficientes


Cualquier hombre en el lugar de Ulises también hubiera preferido las sirenas. Eran perfectas para las orgías que festejaban en los barcos, y un ingrediente exquisito para la paella.

jueves, 31 de mayo de 2012

Inolvidable huésped

La mujer hermosa llega, sin saberlo, hasta un hotel plagado de monstruos. El lugar se ve muy diferente al sitio acogedor que mostraban las borrosas fotografías del folleto. Sospecha que sucede algo raro cuando nota que el único ser viviente que le da la bienvenida es un gato tuerto que la observa desde un viejo sofá orejero. Mientras espera ser atendida, recorre la recepción con su mirada. Piensa que la decoración es absurda, que los azulejos de un muro no combinan con los de la pared contigua, que son extraños esos murales de palmeras y ríos que cubren las columnas, y que, en cambio, son geniales esos cuadros con imágenes de montaña incrustados casi a martillazos en las paredes. En el aire, percibe un olor desconocido, una mezcla entre humo de chimenea y moqueta húmeda. 
Siente miedo, pero piensa que ya es demasiado tarde para marcharse, que a esa hora sería difícil conseguir otro hospedaje. Además, la estadía fue pagada con anticipación, y no está dispuesta a perder su dinero.
Entonces, vuelve a tocar la campanilla del mostrador. Pero nadie aparece. Los monstruos se han escondido detrás del mobiliario o las cortinas, a excepción de algunos pocos que gozan del don de la invisibilidad (y tienen la ventaja de poder acercarse). La observan en absoluto silencio, absortos ante la belleza de esa mujer tan delicada e interesante. Temen asustarla y que decida abandonar el lugar repentinamente. Por eso, le ruegan al brujo anciano que esgrima uno de sus trucos para hacerlos parecer seres humanos normales y corrientes, al menos por esa noche. El viejo los satisface. 
Cuando los hombres hacen su entrada en la recepción, ella sonríe y se tranquiliza. Su estadía transcurrirá sin sobresaltos y la joven regresará a su casa a la mañana siguiente. En poco tiempo, ella habrá olvidado aquel sitio tan peculiar. En cambio, los monstruos sufrirán por su partida eternamente. Y jamás podrán volver a dormir.

lunes, 28 de mayo de 2012

La importancia de la música


Se enamoró de ella en una discoteca, al verla sacudir sus curvas al ritmo de “Like a virgin”. Esa misma noche, la besó sobre el asiento reclinado de su automóvil, apenas ella susurró junto a su boca el estribillo de “Bésame mucho”. Más tarde, en un hotel del microcentro, libraron una lucha cuerpo a cuerpo, mientras sonaban las estrofas de “She´s so hot” en la voz de Jagger. Algunos años después, frente a una orquesta de mariachis que tocaba “Si nos dejan”, se juraron amor eterno bajo los estrellas.
Atesoraba una canción en sus recuerdos por cada momento trascendental de su vida. Por eso, la tarde en que descubrió que el amor de su mujer se había extinguido, puso a sonar bien fuerte “I used to love her”, antes de ejecutar los disparos.

jueves, 24 de mayo de 2012

No es por mala puntería


Una multitud camina por las calles de la gran ciudad. Hombres y mujeres avanzan con pasos veloces, de manera desordenada, tratando de no chocarse entre sí, esquivando con audacia los baches y los vehículos que pasan en rojo. 
Mientras tanto, desde la terraza de un rascacielos, alguien observa la escena con un arma entre sus manos. Examina individualmente a los caminantes, intentando adivinar a qué se dedican, cuáles son sus gustos y necesidades, si tendrán familia. Busca con dedicación a cada una de sus futuras víctimas escondidas entre la muchedumbre. Por costumbre, prefiere a los sujetos que muestran mayor infelicidad. Nunca elije niños y, salvo escasas excepciones, tampoco ancianos.
Cuando los tiene en la mira, dispara el arma repetidamente. Dos personas se detienen como consecuencia del impacto, pero por error una de ellas no coincide con las elegidas. Una vez más, no hay marcha atrás, el daño está hecho. Pero no le importa. Sabe que, de todos modos, da lo mismo. 
Es imposible acertar todos los tiros si el blanco se mueve con tanta prisa, se justifica Cupido, mientras prepara otra flecha.